viernes, 20 de junio de 2008

esclavitud

me estoy leyendo un libro fabuloso, de un prolífico viajero llamado Javier Reverte, de título 'El sueño de África'. bajo el título la portada reza algo así como 'en busca de los mitos blancos del continente negro'. el autor cuenta cómo recorre lugares del África oriental sobre los que ha leido toda suerte de reseñas históricas, en un viaje que le lleva varios meses. habla sobre los exploradores (Stanley, Livingstone, otros menos conocidos pero no menos relevantes como Burton o Speke, que fue ná menos que quien descubrió las fuentes del Nilo), sobre las guerras, la colonización europea, y también sobre la esclavitud.
esta parte del libro es espeluznante. las caravanas de esclavos salían de 'caza' hacia el interior del continente, principalmente organizadas desde la isla de Zanzíbar, que durante mucho tiempo controló el monopolio de este lucrativo negocio. bordeando las tierras que se sabían habitadas por los temibles masai, atacaban las aldeas por sorpresa, pues si los habitantes de éstas se percataban de su inminente llegada, abandonaban el lugar y no regresaban en semanas, cuando menos. el ataque sorpresa era una auténtica carnicería. todos los enfermos, lisiados y ancianos eran ejecutados sin más miramientos, y en general cualquier individuo que por la razón que fuera no iba a formar parte de la caravana de regreso, pues los cazadores de esclavos no gustaban de dejar huellas vivas de su paso. tras la masacre, se organizaba la caravana de retorno. a los hombres se los disponía de cinco en cinco y sujetando un enorme tronco sobre los hombros. las mujeres debían cargar un fardo en cada brazo, ya fuera de madera, colmillos de elefante u otra mercancía. todos ellos llevaban grilletes. a las mujeres se les permitía llevar a su bebé en brazos siempre y cuando esto no supusiera un impedimento para portar la mercancía que les correspondía. si era así, el bebé era degollado de inmediato. cualquier persona que se lesionara durante la caminata o que entorpeciera la marcha de la caravana por algún motivo era degollada. al parecer se adivinaba a la distancia el camino por el que había pasado una caravana de esclavos por los buitres que sobrevolaban el lugar.
una vez en Zanzíbar, los esclavos eran 'almacenados' en estrechas celdas con suelo de tierra, sin ningún tipo de higiene, con lo que tenían que dormir en el mismo sitio donde desahogaban sus necesidades. aquí permanecían hasta que eran vendidos en el mercado.
a los niños que llegaban vivos a Zanzíbar se les destinaba a ser vendidos como eunucos. eran castrados a pelo, por supuesto sin ningún tipo de anestesia. de promedio, sólo uno de cada diez sobrevivía a la castración. los viajeros de entonces cuentan que era habitual encontrar tirados en las calles de Zanzíbar niños desangrándose e incluso derramando los intestinos por un agujero que tenían en el vientre. la policía hacía la vista gorda, dado lo lucrativo del negocio de esclavos, que era el sustento de la isla. los cadáveres eran arrojados al mar cada amanecer, con lo que el festín de las gaviotas era un espectáculo habitual en las playas de Zanzíbar.
al parecer, el fin de esta repugnante etapa de la humanidad, o de parte de ella, se debe a la llegada de los colonizadores ingleses al África oriental. tras las sucesivas denuncias por parte de los colonos al gobierno británico, la corona puso a patrullar varios barcos con el objetivo de interceptar los que fueran cargados de esclavos, lo que en varias ocasiones provocó el arrojamiento masivo de esclavos al mar, con lastre incluido para que su presencia no delatara al barco que los había arrojado.
[...]
Hace algo más de dos años que dejé a la mitad este borrador. De cómo seguía lo que contaba sólo recuerdo que terminó una mañana en que un militar inglés, harto de patrullar el Índico en busca de barcos cargados de esclavos, le plantó delante al gobernador de Zanzíbar una carta según la cual había de comprometerse a terminar con el comercio de esclavos en su isla, y que debía firmar bajo la disuasoria circustancia de tener dos barcos de guerra con todos sus cañones apuntando al palacio de gobernación.
Escribí sobre esto porque, en fin, es una de esas cosas que ponen en tela de juicio mi capacidad de entendimiento de la crueldad salvaje del hombre. Creo que lo que he venido a resumir aquí habla por sí solo, cualquier añadido es mera palabrería.
(8 de febrero de 2011)